domingo, 18 de novembro de 2012

el hombre que amaba a todas las mujeres

No lo podía remediar. Cada vez que recibía una llamada o un mensaje de alguna de sus nuevas amigas se sentía como un caballo desbocado.

A punto de cumplir los cincuenta, seguía enamorándose de cualquier mujer que le resultase atractiva, igual que a los diecisiete. No sólo se enamoraba perdidamente de cada una, era capaz de llevar esa pasión hasta las últimas consecuencias, incluída la infidelidad. Algo inevitable si tenemos en cuenta que encadenaba sus enamoramientos unos con otros, como racimos de cerezas y sólo daba por concluídos aquellos cuando era su amiga quien decidía cortar la relación. Aún en esos casos procedía como un auténtico amante abandonado: lo embargaba una profunda tristeza, que luego se transformaba en desesperación y finalmente en una tenue melancolía. Como es lógico suponer, mientras atravesaba por todos estos procesos de ruptura, su actividad amatoria seguía siendo frenética, sin que ello le causara más trastorno que el de poder encajar sus, cada vez más promiscuas relaciones, en el limitado tiempo libre del que podía disponer a diario.

También tenía sus días negros, casillas recién pisadas en el calendario de la vida que de pronto amanecían cubiertas de oscuros nubarrones. En esos días más que un caballo desbocado se sentía como un títere al que manejaban a su capricho los hilos de un extraño regidor. Entonces un sombrío pensamiento se le posaba en medio de su habitual entusiasmo con la severidad plomiza de un cuervo en un extenso prado verde. Se decía: “Un día alguien o algo romperá esos hilos y caerás al suelo como un pelele desmembrado”. Pero eran pocos esos días y pasaban aprisa. Una vez despejados los nubarrones volvía a recuperar el brío de siempre y procuraba ponerse al día con el tesón de un verdadero atleta al que una repentina y leve lesión hubiese retirado momentaneamente de sus disciplinados entrenamientos.

Se murió en uno de esos días y de la manera más tonta. Descendía por las escaleras mecánicas de un centro comercial después de haber comprado una exquisita prenda de lencería para una de sus más recientes amigas y súbitamente un fallo en el sistema eléctrico del establecimiento provocó la brusca parada de las escaleras. Él iba, como siempre, con la cabeza llena de pájaros que revoloteaban de un lado a otro trayendo y llevando mensajes, sugerencias, nuevas citas, y el impacto del parón le hizo caer rodando por los escalones metálicos hasta llegar al suelo donde se golpeó en la base del cráneo, falleciendo en el acto.

En su declaración a la policía, el guardia de seguridad que acudió a socorrer al accidentado, afirmó que antes de agacharse a tomarle el pulso para ver si aún vivía, ya suponía que no, debido a la posición en la que había quedado tendido el cuerpo: “como el de un pelele desmembrado”.
Junto al cuerpo quedaban una bolsa de Women Secret y una tablet Samsung, con una agenda electrónica llena de citas y contactos, a los que, por primera vez en la que había sido su vida, iba a desatender.


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