sexta-feira, 27 de dezembro de 2013

El ñeru de la Casa Fariseo



Dende’l sitiu onde dexamos a mio madre ayer hasta la cerezal onde enredaba de nena hai poco más d’una docena de pasos, una tapia de cementeriu, una caleya y una sebe. Poco más alló ta la casa onde se crió nel llugar de Fariseo, escondía ente’l matu y nun sé si arruinada dafechu o tenida inda en pie per una rama de yedra del grosor d’un tueru de faya. Foi la casa que llevantó coles sos propies manes mio bisgüelu Manolín o Lin de La Choza, carpinteru, curiosu, constructor de carros del país y d’horros, afinador de gaites y arreglador de reloxes de cadena. 

Cuntábame mio madre qu’en rematando el corredor de madera del pisu d’enriba acolumbró a una andarina armando ellí el so ñeru y que l’aidó –aprovechando una de les sos salides en busca de paya seco y ramines- en terminalu, revocándolu con una mano d’argamasa. De la que yo subía hasta Fariseo de nenu, a primeros de los años setenta, el ñeru toles primaveres siguía abellugando güéspedes.

Ayer, después de despidir a mio madre con unos versos de René Char, unes llinies del so amigu Eugenio Torrecilla y otres poques palabres torpes míes, arropiellámosla cola bandera republicana y una rosa encarnada, como seguramente a ella-y prestara.

Per un momentu quedamos tolos que tábemos ellí con una especie de mano apertándonos el gargüelu y la emoción enxugando la última mirada a los ladriellos que diben apilándose hasta cubrilo too. Mientres enfilábemos al aparcaderu del cementeriu tuvi un arrebatu de llucidez y convidé a los más cercanos: la mio hermana Chiti, a Mercedes, a les nuestres dos primes preferíes y a un par d’amigos del alma, Lauro y Casimiro, a siguime hasta la casa onde se crió mio madre.

Enantes de que toos volviéramos amoriar de pena pol estáu ruinosu nel que ta agora quise descubrí-yos aquel secretu de la infancia, que taba seguru, inda tenía de siguir ellí: ende taba el ñeru d’andarina que mio bisgüelu Lin de La Choza aidara revocar, tamién él en ruines, cada vez más pequeñu y desprovistu d’argamasa, paya y ramina mustigo.

L’afayu y la so hestoria consiguió escarabayar una sonrisa ente los afortunaos que tuvimos ocasión de velu asomar nel so requexín discretu ente trabes y vigues podres. Ún de los nuestros acompañantes fizo notar que nel so estáu actual malamente podía abellugar la ñerada d’una zarrica (esi paxarín, non muncho más grande qu’un colibrí y que nun sé cómo se llama en castellano). A mi préstame más creyer qu’inda ye una fonda abierta toles primaveres, que cada añu, en llegando la estación propicia, hai una andarina que s’esmolez por arreglalu atropando unos pizcos de folla de les caleyes, con ramines y paya seco y unos pingos del so cuspe, tan apreciáu na cocina tradicional china y hasta na arquitectura fráxil de los biombos de seda y bambú como pegamentu natural.

Agora que mio madre volvió a la tierra onde se criara, voi tener ocasión abonda pa comprebar si el ñeru de la Casa Fariseo sigue agospiando nialaes d’andarines cada primavera. Préstame pensar que nun ye namás la rama y les múltiples agarraderes de la yedra la que tien inda en pie la casa que llevantó mio bisgüelu Lin de La Choza, qu’en cierto ye esi ñeru escondíu y pequeñu el que tien por ella. Que ye como’l ñeru escondíu y pequeñu de la esperanza que tien en pie esta vida precaria na que nos toca dir despidiéndonos de tolos que más nos quixeron y quiximos, de tolos nuestros díes que tuvimos un aquello menos solos por mor del arropiellu y el calor de los amigos.

quinta-feira, 5 de dezembro de 2013

Habitación 119



El momento en el que la vida es como este paisaje oscuro del valle natal: allá al fondo, bajo el perfil de los montes, ese fulgor pequeño de luces encendidas, cada una un haz de vidas, seguramente contemporáneas de los días que allí viviste. No es improbable que pudieras saludar una por una a esas luces llamándolas por su nombre. En la fotografía no se ve, apenas se percibe que allá abajo, por la vega del río que fue negro, en la habitación 119 del Hospital Valle del Nalón hay una llama débil y pequeña, un destello de vida que a ti y a quien más quieres aún inunda de un confortable calor. 

Tuviste amor, felicidad, días de tirar cohetes al cielo de la alegría y otros en los que el cartucho estallaba en las manos, malas y buenas compañías –como todos en el camino, el arrimo y la fidelidad de ciertas almas irracionales, animales de compañía, el arropo y la complicidad de unos pocos o muchos que te apreciaron, la luz interminable del verano y el soplo dulce del viento cálido del otoño, el olor de las castañas en el fuego…Los libros queridos, los viajes, las ciudades (Roma, Madrid, París), los lugares de casa: La Choza, Fariseo, Sama, una granja de ocas en el Perigord y el amor por la lengua francesa, Xixón desde una ventana entreabierta del Ateneo…

No se extingue la llama y los ojos no se cierran para siempre. Es el fuego que descansa. La luz que se retira entre las sombras para dormir, seguir soñando en la mirada de los que vieron por tus ojos, los que siguen viendo por ellos.

En una habitación de hospital, el frío de diciembre y de la noche que merodea al otro lado de la ventana. Aquí tu mano, el primer idioma que aprendí de ti: el del calor confortador; el idioma en el que ahora no duele tanto despedirse porque sigue abrigándome. “Abrígate, fíu”, “Abrígate fía”, “Abrigáivos bien”, recuerdo tu obsesivo celo en los días más fríos del año. Duerme tranquila, descansa. Basta coger tu mano aún caliente para sentirnos bien abrigados. Seguirá abrigándonos, confortándonos cuando para el resto del mundo esté fría tu mano.


domingo, 1 de dezembro de 2013

ciudad imaginaria



No entiendo a los enemigos del tedio y la rutina. Me gusta andar todos los dias el mismo camino por el Muro de San Llorenzo en Xixón, entre jubilados que resuelven con su cayado de madera el enigma de la Esfinge, corredores y patinadores, surfistas, paseantes con perro o con paraguas o con sombrero y sin perro, ni paraguas ni sombrero ni prisa. Mirar todos los días la misma ciudad desde la misma perspectiva, como despertar todas las mañanas al lado de la persona amada, nos regala con frecuencia –no tanta como para mal acostumbrarnos a ella y devaluar su maravilla- la sorpresa de su mejor cara, cada vez más atractiva y sugerente que la anterior. Esta tarde de domingo, por ejemplo, Xixón se me presentó al otro lado del Piles, como una ciudad que sólo podría calificar de imaginaria.

terça-feira, 19 de novembro de 2013

El misterio de la fotografía

El misterio de la fotografía. La cámara y el ojo ven cosas distintas o mejor dicho, ven las cosas distintas. Aquel atardecer yo veía el cielo oscurecerse sobre una tierra aún clara y perceptible. Al “revelar” la fotografía en el visor de la cámara digital vi lo contrario: el cielo azul y luminoso con sus racimos de nubes y la noche corriendo su velo sobre la tierra.

Somos tan humanos, demasiado humanos que mentimos hasta en lo que ven nuestros propios ojos. La cámara no piensa, no recuerda ni reinterpreta la realidad, carece de cualquier posibilidad de modificarla consciente o inconscientemente. Capta lo que verdaderamente ve: la noche llega primero a la tierra y luego oscurece el cielo.

Nosotros vemos lo que queremos ver. En este caso: hay algo de angustiada esperanza, tal vez de pura desesperación, en querer ver que la noche oscurece el cielo allá en lo alto mientras aún quedan unas briznas de luz aquí en la tierra que pisamos.

terça-feira, 12 de novembro de 2013

Deudas saldadas



Lo vimos poner una vela a la Virgen del Carmen en la fuente que lleva su nombre, bajo las rocas del monasterio de Santiaguiño do Monte. Luego, el hombre de manos grandes y desfiguradas, se instaló en una de las mesas de la terraza en la que prolongábamos la tarde entre tazas de café. Se quedó allí un buen rato, fumando, sin consumir nada, la mirada azul perdida en algún punto de las aguas del Sar.

“¿Dé dónde son ustedes? ¿De Gijón? En Gijón peleé yo contra un campeón cubano de Pesos Pesados. Me tumbó en el segundo asalto con un derechazo tremendo, rápido como un torpedo. Ni lo vi venir. Caí al suelo redondo. Allí escuché al árbitro comenzar a contar…uno, dos, tres… Me levanté como pude y seguí peleando, prácticamente a ciegas, la sangre me empaba los ojos. Mantuve las distancias jugando con las piernas hasta que sonó la campana. En el taburete el chorro frío de un botijo me ayudó a despejarme. Sonó de nuevo la campana y salí como una fiera. Tres asaltos después fui yo el que dejó KO al cubano. Y miren que yo peleaba en la categoría de Semipesados. Llegué a ser campeón de Galicia y más tarde campeón de España. Si buscan por Internet pueden ver incluso alguna fotografía de cómo era yo entonces…. Ni sombra de lo que soy. 

De aquella recorrí España entera y buena parte de América peleando. Claro que conozco Gijón y Ribadesella, Mieres, Cangas del Narcea. Cuando me retiré volví a recorrer España, en esta ocasión por motivos de trabajo. ¿Qué a qué me dedicaba? Cobro de morosos. Gestionaba cobros de morosos…Gané mucho dinero y también lo gasté. Nunca tuve que levantarle la mano a nadie, gracias a Dios. Tampoco en este oficio perdí ningún combate. Bueno, miento, en treinta años dedicados al cobro de morosos, tuve un caso en el que tuve que devolverle la factura impagada a mi cliente, sin posibilidad alguna de recuperar el dinero que le debían. Y fue porque se me adelantaron. Hubo alguien que llegó primero que yo a visitar al moroso…”.

El hombre de las manos grandes y desfiguradas saludó con un gesto mecánico a un conocido que pasaba frente a la terraza del café. Intentó encender sin éxito la colilla de su cigarro y lo dejó por imposible, apagado en la comisura de los labios.

“Fue en Palma de Mallorca. Lo recuerdo perfectamente porque fue el día en el que intentaron atentar contra el Rey en su yate. Hubo un despliegue de policía, guardia civil, hasta militares tremendo. Estaba la isla entera copada como en un estado de Sitio. Yo viajaba en un coche alquilado por una carretera local hacia una zona residencial de las afueras de Palma, que era donde vivía el moroso. La policía me paró hasta tres veces en menos de una hora. Cuando llegué al chalet del señor al que iba a visitar (un empresario muy conocido de la isla, que presumía él mismo de ser amigo del Rey y de acompañarle en sus saraos en el yate Fortuna) me encontré con una mujer alta, muy elegante y muy guapa, vestida toda de negro con traje de ejecutiva y unos zapatos de tacón que daba vértigo mirarlos. Salía de la vivienda del moroso y al pasar junto a mí sonrió de una manera muy extraña, mirándome por el rabillo del ojo. Llevaba en la mano un maletín parecido al que yo usaba en mis gestiones de cobro. Se subió a un Ferrari impresionante que hacía juego con el color de su traje y de su pelo y arrancó a toda velocidad, haciendo chirriar los neumáticos sobre el asfalto, como en las películas.

Llamé al timbre del chaletl y me abrió una criada, filipina o china o peruana, qué sé yo, temblorosa y con los ojos llenos de lágrimas. Pregunté por el señor de la casa. Otra voz de mujer respondió desde el interior de la vivienda con otra pregunta: “¿Es usted de la Funeraria?”. Era una señora muy bien parecida, entrada en años aunque muy bien llevados, tenía la mirada fría y la voz de un témpano de hielo. “Vengo a cobrar un impago del señor X.”, dije, mostrándole mi tarjeta de visita. La criada filipina o china o lo que fuera, rompió a llorar a lágrima viva. “Me temo que llega usted tarde, caballero –respondió la que parecía la dueña de la casa-, el señor X., acaba de fallecer. Yo soy su vecina. Hace menos de media hora me vino a buscar esta chica, para decirme que el señor se encontraba muy enfermo. Cuando llegamos ya no había nada que hacer. Debió de sufrir un infarto.”.

Me quedé de piedra, oigan. No me había pasado algo parecido en la vida. El chaparrón me lo llevé, sin embargo, acto seguido, al conocer por boca de la vecina que el moroso vivía solo desde que enviudara de su segunda mujer y que no tenía hijos ni otra familia que un par de perros, como ese de ustedes, dos grifones, que formaban junto a la criada filipina su única compañía en aquella casa. “¿Y la mujer que salió del chalet hace un momento y con la que me crucé mientras aparcaba el coche, quién era, su secretaria, su socia?”, pregunté, agarrándome al último clavo ardiendo antes de dar la deuda por definitivamente impagada. La vecina y la criada del señor X. se miraron con asombro: “¿Qué mujer? Desde que llegamos al chalet hasta que llamó usted al timbre aquí no entró ni salió nadie…”.

El hombre de las manos grandes y desfiguradas, saludó a otro conocido que pasaba con el mismo gesto mecánico. Intentó de nuevo encender la colilla apagada del cigarro.

“Se dice que los gallegos creemos en ciertas cosas en las que no todo el mundo cree…Tonterías…Yo nunca creí en nada que no fuese capaz de comprobar por mí mismo…Y aún así me engañaron más de una vez, la última en ese asunto del que sin duda habrán oído ustedes hablar, el de las preferentes…Me engañó un hombre en el que confiaba como un “parvo”, porque nos criamos juntos los dos en A Matanza, junto a la casa de Rosalía ¿no sé si saben? Él estudió, yo no tuve ocasión. Llegó a director de un banco y me convenció para que pusiese todos mis ahorros en una de esas malditas preferentes, lo perdí todo. Me engañó como a un chino…Pero….Bueno, a ustedes que les importa…Les estaba contando de aquel caso que me pasó en Mallorca. Ya les digo que yo no creo más que en las cosas comprobables y en las que se pueden explicar…Pues yo les juro, por esa Virgen del Carmen que tienen ustedes ahí, la de la fuente, que si no creo en ella, creo en mi madre que en paz descanse y en que la consolaba mucho creer en esa imagen, porque se llamaba Carmen, como ella y como ella fue madre sufridora, bueno, pues yo les juro que aquella mujer tan elegante y tan guapa, vestida toda de negro, con la que me crucé al llegar frente al chalet del señor X. era tan real como ustedes que están aquí tomándose un cafetito con su perro y sus cámaras de fotos…Yo la vi salir de la casa…con sus taconcitos y su maletín y ¡cómo se sonrió y me miró la señorita!...¿Que por qué lo negó la vecina? ¡Vaya usted a saber! Sus razones tendría, pienso yo. Porque de otra manera ¿qué explicación le darían ustedes? ¿Me entienden?”.